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lunes, junio 06, 2005

 

La madre: Fundamento de la cultura

Hace unos días me invitaron a dar una plática en un foro sobre mujeres, esto es lo que salió:

a Rosario Ibarra de Piedra

Cuentan que en un principio las características físicas de las mujeres y los hombres los fueron ubicando: al hombre en la caza y a la mujer en la casa. Fue entonces el trabajo el que diseñó la cultura humana. Siglos después, con la revolución industrial primero, la tecnológica y la científica después, el capital demanda enormes cantidades de fuerza de trabajo de tal forma que incorpora a las mujeres y a los niños. Nace entonces una jornada de trabajo que abarca a todo el mundo y en todo momento; lo que la hace interminable. Pero el espíritu de esta jornada es todavía la del guerrero, el cazador, el sacerdote, a pesar de que destruye los fundamentos de la civilización que la engendra. La competencia entre hombres y mujeres, hombres y hombres, mujeres y mujeres, por dirigir al mundo en esta dinámica, propician la degradación de las estructuras humanas. En la medida que la apropiación de este trabajo se sigue haciendo por unos cuantos, la sociedad no logra evolucionar hacia un nuevo espíritu y por eso los resultados de este impresionante desarrollo de las fuerzas productivas se expresa en una globalidad injusta para la absoluta mayoría de los seres humanos en una degradación de la vida de la especie, en la catástrofe ecológica, en la amenaza nuclear y la desintegración de la familia tradicional.
Cito: El reino de los dolores tiene un ordenamiento riguroso, hay en él gradas, limbos, escalones por los que va descendiendo el ser humano. Al visitar ese reino visita el hombre las fuentes de la vida; y de igual manera que los manantiales van a desembocar a los lagos y después a los mares, así, los sufrimientos se reúnen en grandes recipientes cuya forma es cada vez más pura. De modo muy parecido a como para los pensamientos existe una conciencia, también para los dolores existen formas en que van colmándose de sentido y unificándose en un significado cada vez más hondo.[...]Una vez más, y en la cámara más profunda, todos esos dolores dejaron finalmente su impronta en las madres[1](fin de cita). En la primera guerra mundial, la figura emblemática fue el soldado desconocido, pues fue él quien acumuló los sufrimientos al ser la lucha cuerpo a cuerpo; Pero con la segunda guerra mundial, y las sucesivas que algunos autores señalan ya como guerra civil mundial, surgieron avanzadas maquinarias de guerra, y el dolor fue penetrando más profundamente en los estratos de las madres:

Para María Luisa Ochoa

El reloj de una madre siempre marca la una.
La primera hora del día,
la hora de la posibilidad de la luz.
Sólo en su mirada hay sosiego.
Madre del Inquieto Retorno.
Señora del Nacimiento.
En una sola noche ha vivido la muerte de todos sus hijos:
la del soldado y la del poeta.
En su memoria
el niño esta salvado del pozo,
siempre antes de caer.
El reloj de una madre, siempre marca la una.

Por eso en algunos pueblos antiguos, existía el consejo de guerreros y el consejo de madres. Y jamás se tomaba la decisión de la guerra sin la autorización del consejo de madres.
Las mujeres somos portadoras de las relaciones íntimas con la naturaleza; si recuperamos el sentido profundo de nuestro significado, percibiremos que, además de aspirar a los derechos en equidad con los hombres, tenemos obligaciones específicas y una tarea fundamental en el desarrollo de un pensamiento a partir de nuestra sensibilidad capaz de cultivar los valores fundamentales de la vida, la reproducción, la armonía y la apreciación de la vida de todos los seres. Sólo con la incorporación de la mujer a nuestra tarea específica, el espíritu de la tierra podrá renovar la vida misma para llevar una perspectiva de sobrevivencia para todos. Este también, por cierto, es el papel de las flores y de la poesía.
Cito: La vallisneria es una hierba bastante insignificante que no tiene nada de la gracia extraña del nenúfar o de ciertas cabelleras submarinas. Pero se diría que la naturaleza se ha complacido en poner en ella una hermosa idea. Toda la existencia de la pequeña planta transcurre en el fondo del agua, en una especie de semisueño, hasta la hora nupcial en que aspira a una vida nueva. Entonces la flor hembra desarrolla lentamente la larga espiral de su pedúnculo, sube, emerge, domina y se abre en la superficie del estanque. De un tronco vecino, las flores masculinas que la vislumbran a través del agua iluminada por el sol se elevan a su vez, llenas de esperanza, hacia la que se balancea, las espera y las llama en un mundo mágico. Pero a medio camino se sienten bruscamente retenidas: su tallo, manantial de vida, es demasiado corto; no alcanzarán jamás la mansión de luz, la única en que puede realizarse la unión de los estambres y del pistilo. ¿Hay en la naturaleza una inadvertencia o prueba más cruel? ¡Imaginaos el drama de ese deseo, lo inaccesible que se toca, la fatalidad transparente, lo imposible sin obstáculo visible! [2] (fin de la cita) Las flores hembras o machos, recurren entonces a todas sus argucias, piden la ayuda del viento, del sol y de los pájaros, para resurgir y perpetuarse como especie.
De la misma manera, la distancia que nos separa a hombres de hombres, mujeres de mujeres, y a hombres de mujeres, sólo puede ser salvada por la fraternidad. El socialismo ponía en el centro la igualdad, la democracia la libertad, pero es necesario poner en el centro la fraternidad. Ahí es donde se precisa la fuerza de naturaleza femenina, en el desarrollo de la armonía, del amor por todas las cosas creadas. Precisamente, nuestra fisiología nos acerca a la experiencia trascendental de la entrega y hace propicio el entendimiento para ir al fondo de la creación y recordar que somos una trama incesante. ¿De qué sirve que ocupemos puestos claves en la administración de la cultura o en la política si queda coartada nuestra creatividad por la falta de entrega debida, con razón (no lo niego) a la desconfianza de siglos de entrega pagados con agresiones? De nada, no sirve de nada, aunque existan razones. Todos los que seamos susceptibles de entender el poder de la entrega, tenemos la obligación de la entrega. Los poetas por ejemplo. Los creadores, por ejemplo.
Hace un tiempo escuché que un hombre le decía a una mujer: — ¿Mi matamoscas te impide volar?—. Permítanme tomar unos segundos de este precioso tiempo para describirles la malicia en los ojos de ese hombre: ¡Brillaban!, como los de un niño travieso. Demás está decir que esa mujer no sostendrá su mano en la hora de la muerte. Pero esa pregunta se quedó troquelada como una marca de agua: ¿Mi matamoscas te impide volar?... Nnnnno. ¡No! Quisiera poder hablarles de estadísticas, o de la participación creciente de la mujer en puestos de administración cultural o como creadoras intrínsecas. Pero aún no he alcanzado la suficiente capacidad de abstracción para poder transmitirles mis pensamientos con números. Me son más cercanas las palabras. Me he desempeñado en los últimos 20 años en la promoción cultural independiente, por eso he podido convivir de cerca con cientos de mujeres y sé, de primera mano, que realizamos este trabajo con pasión, eficiencia y dignidad. Mujeres, tampoco somos todas iguales. Las mujeres indígenas, por ejemplo, viven su realidad cultural de una manera muy diferente de las citadinas o de las mujeres de pueblo. He tenido la fortuna de ver los ojos de algunas creadoras indígenas y me he reconocido en sus pasiones, en su entrega. Reconocí también ese destello en las mujeres que sostienen la vida cultural en mi pueblo que está en la sierra norte de Puebla. Lo vi. en las mujeres exiladas en otros países por razones políticas, económicas o sentimentales, constantemente haciendo cultura. Hace unos poco días pude verlo en las mujeres que administran la cultura en el GDF y lo he visto en cientos de creadoras que he encontrado a mi paso. Es notoria la aparición de nombres femeninos al avanzar el siglo XXI. ¿Es porque hemos nacido más mujeres? ¿O es porque vamos adquiriendo mayor seguridad en nuestro vuelo? Eso lo dejo a los analistas. Lo que sé es que a lo largo de la vida he visto mujeres poderosas, creativas, líderes, constructivas; y que ese poder es el que se necesita para encontrar la sabiduría de la vida que nos lleve a concluir, que así como en un principio, debemos regresar al cuidado de la casa de todos, al cuidado de la tierra. El enemigo del amor es el descuido, dice Ramón López Velarde, y nuestro amor a la vida no permite descuidos. Podemos realizar cualquier tarea que antes estaba relegada sólo a los hombres, pero aunque el requerimiento de mayor fuerza de trabajo demande nuestras capacidades, no cambiamos por esas razones nuestra fisiología, como sí lo hacen algunos insectos. Nuestro cuerpo sigue siendo femenino

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