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martes, noviembre 15, 2005

 

paseos por el campo para entrenar nuestro silencio

Por: Patricia Farfán

Gracias por acompañarnos. Mi ponencia es un breve comentario al libro que hoy se presenta en esta bella ciudad.

El libro es el resultado de cinco años del taller de “percepción poética” bautizado con el nombre de Cardo. Llama la atención lo que puede suceder en un taller de percepción poética en el vestíbulo del siglo XXI, ¿por qué un taller de percepción poética y no de poesía “a secas”?.

La idea de crecer artísticamente en un taller es muy antigua; los talleres han sido un espacio que por tradición ha albergado y fomentado conocimiento en un clima de intimidad, recordemos que en el origen de las universidades están los talleres, y que estos siguen funcionando ya sea incluidos en las universidades o en sus márgenes, pero, sobre todo, -dato curioso- a pesar de ellas.

Cardo se inscribe en las corrientes contemporáneas que viven la liberación de la experiencia creativa y su divulgación. Aunque su raíz diste mucho de ser filantrópica y su fundamento no sólo se remita a la comprometedora razón de que la práctica poética es un placer; su objetivo es la percepción poética: a veces con la evaporación de una catedral barroca, otras con el conjuro a una tormenta de nieve, las más en un juego de cartas y con el “as” de una canción.

Pero hay algo insólito que sí me gustaría resaltar de Cardo, en estos tiempos de individualidades robustecidas, y es que sus integrantes buscan apoyarse mutuamente. Mucho de lo anterior se debe a su directora, es decir, a la poeta Raquel Olvera, quien es más que la cabeza del movimiento (aunque le vendría mejor un término con tintes delictivos: llamémosle la autora intelectual de los proyectos de este grupo) que, para suerte de todos nosotros, fomenta nuestra adicción. Aquí recuerdo una definición irreverente de Jean Rostand: la poesía es un cierto proceso de desintoxicación de ciertos venenos que algunos organismos segregan y otros consumen.

Y los asistentes a esta presentación, ya para este momento, estarán preguntándose qué diablos entiende Cardo por percepción poética, o al menos cómo la vive?

Y me apena reconocerlo pero hemos llegado hasta este punto para decirles que no lo sé y que mi única certeza (y esto no es una estrategia de mercado: traemos libros a la venta) es que para nosotros, así como seguramente para otros talleres, la poesía no sólo son los libros de poesía: la percepción poética construye mucho más que libros, erige formas de vida que tienen por columna vertebral el estremecimiento y la plenitud; viéndolo así creo que puedo decir algo más: la percepción poética es la apertura de cualquier persona a concebir su realidad, de cualquier lector al recrear la poesía en el poema: es una república, donde se pasea la conciencia del deseo poético con la necesidad de que se vuelva a suceder. Y es aquí donde Raquel Olvera sonríe con malicia...aunque no lo hayan notado quiero advertirles que para ella antologar más de treinta poetas no es suficiente y anda en busca de almas que simultáneamente estén sonriéndole a la tentación de entablar una relación poética con la realidad. Para Cardo, la poesía no termina con la lectura de los poemas, aunque es muy importante, así como el trabajo previo de los poemas, cada uno en la medida de su propio proceso, porque persigue, además, una identificación del arte con la vida, aún en la conciencia de que esta es una de las apuestas más ambiciosas del arte contemporáneo.

Mientras no tenemos una percepción poética de las cosas, el mundo está cerrado y para que podamos abrazarlo es necesario que despierte en nosotros. Ivonne Mendoza, una integrante de cardo, me comentó un día que desde que asistía al taller veía una flor y este hecho la conmovía, y aquí está el asunto: que una flor despierte en nosotros no es poca cosa. Esa flor deja de ser una flor entre las flores y se inagura, a través de ella, nuestro diálogo con el mundo. John Cage, músico contemporáneo estaunidense, dijo en alguna entrevista que para él una clase magistral no es precisamente la que le propone la academia, sino un paseo por el campo con uno de sus mejores amigos, quien es un botánico. Y para mí Cage da en el clavo: él es un músico y está interesado en el lenguaje de las flores. La poesía subyace en cualquier experiencia que se refiera a la belleza; o, mejor dicho, la poesía se encuentra en cualquier percepción de la realidad que nos tome por los hombros y nos sacuda.

De esta manera, me gusta pensar en Cardo más que como un taller que agrupa personas dedicadas a diversas actividades, en uno que genera una multiplicidad de realidades, dado que su motivo es la percepción poética.

Esa belleza de la que hablaba Cage, presenta para mí dos caras: una, que develamos con la ayuda de las palabras, belleza pasiva- por llamarla de algún modo- que quiere que la descubramos; y otra: la que circula por nuestras venas, la que es vivida físicamente, belleza activa y acechante. A esas dos caras de una moneda en vuelo, a ese movimiento del interior hacia el exterior y viceversa, debemos su peligro. Porque así como hace que nos encontremos con nosotros mismos, de igual forma vuelve a perdernos. En Cardo ese movimiento se vive como un ritual que busca celebrar la belleza, por eso, los que estamos con Raquel, creemos en los paseos por el campo para entrenar nuestro silencio y aprender a reconocer la voz de una flor entre las flores.


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