textos

jueves, julio 06, 2006

 

Con alma de Monumento en desgracia. Cesar Arístides.

Raquel Olvera

Tacubaya22 de Octubre de 2002

“Las pasiones se pierden/”, dice Roberto Juarroz, “salvo una quizá:/la pasión por la pérdida”.

En los poemas de Duelos y Alabanzas, puede sentirse la pasión por la perdida que Cesar Arístides transformó en un estandarte; bien dicen que si te llueven limones hagas con ellos limonada. Al saborear la agria dulzura del limón la enuncia con adjetivos suaves en contrasentido con la ansiedad propia del sopor del extravío, evoca el desasosiego de un pasado inmediato: orfebrería de gusanos, angustia delicada, extraña plenitud, tibio dolor. Casi con nostalgia se acuerda y nombra las diferentes presencias del dolor en su vida, las recorre como la casa en la que se vivió la infancia o la adolescencia, rememorando en cada habitación experiencias antiguas y amadas.

La peculiaridad en la poética de Arístides radica en su voluntad de asumir las perdidas no con el estoicismo propio de las almas duras, sino con mansedumbre valiente. Pletórica de adjetivos, se revela reverberante, inquieta. Entreverados en la confusión de los versos se filtra el drama con íntimo decoro. Un pudor que conmueve por valiente, por la voluntad de decir aunque cueste.

La segunda parte, muestra la afinidad del Cesar Arístides con otros escritores, su identificación. Como habitante de los libros, conoce su anatomía hasta el más mínimo hueso, la más mínima coma. Así recorrió Crímen y Castigo, Rojo y negro, Los cantos de Maldoror. Así entró en estas obras, no se quedó en el umbral y así, entregado a la imaginación de Dostoievsky se involucra con Sonia más allá de el inevitable momento de el “Fin” literario. Así entra en el alma de la señora de Renal, decidida hasta el fondo de toda su pasión y no con Sorel el muchachito del deseo.

A Cesar no sólo hay que agradecer el que comparta su propia vida, sino también su modo de vivir la literatura. Lo que aporta de nuevo, es la escritura de poemas desde los mundos creados literariamente. Es decir, literatura que es hija de la literatura. Juego de espejos producidos infinitamente. Aventuras entre laberintos creados con puras palabras. Palabras que son eco de otras palabras que rebotaron sobre diversas paredes erguidas en los barrancos de la historia. Cesar Arístides tiene tanta capacidad de vivir, que no sólo vive en esta dimensión, sino que va al encuentro de otras dimensiones creadas a partir de la imaginación y asume la soledad del personaje que no busca espectador. Sí, como un personaje literario que por rarísima excepción no hubiera sido creado para ser leído. Por eso las prostitutas de la merced se magnifican al entrar y salir de la novela de Flaubert sin pena y sin conciencia de su condición de personajes.

Cuando la propia historia esta hecha de desgracia, la sabiduría está en amar la desgracia con pasión como si la desgracia hubiera sido nuestro primer amor, el que nunca se olvida y se lleva a la tumba entre clavelinas rosas y nomeolvides violetas.

Con vidrios enterrados en la espalda fue escrito este libro: “Duelos y Alabanzas” y con Un alma de monumento en desgracia, será leído.


 

Al comenzar el día. Miguel R. Mendoza

Al comenzar el día, es un libro que recomiendo leer al comenzar el día. Apto para realizar una maitinada, es música que Miguel R. Mendoza ejecuta para festejar al lector en el preludio de la mañana, es decir, en la alborada. Y cada uno de los textos que configuran el libro, fueron escritos, ni duda cabe, para festejar a los lectores; para estimularnos a vivir.

Seguramente escribió a temprana hora frente a su invisible prójimo. Invisible sí, y sin embargo no imaginado sino cierto. Las preocupaciones de sus textos así lo manifiestan. En propia experiencia vivió los enigmas a los que hizo frente y soportó con estoicismo para luego entregarlos íntegros a sus lectores con quienes formó la alianza del amor fraterno; como un padre que ha vivido y superado el tormento de la cotidianeidad y desea, con todo el corazón, que sus lectores no tengan que pasar por lo mismo. Con generosidad entrega su pensamientos íntegros, desnudos, diciendo esto debe ser así, esto tiene que ser así. Confianza era lo que buscaba desarrollar en sus semejantes, porque él mismo descubrió que es la fe, sólo la fe, la que protege cuando ninguna otra cosa puede hacerlo.

El señor Mendoza era cristiano, pero era sobre todo y más allá de todo, un hombre de fe. Lector atento, alimentaba su fe de conocimientos. Leyó a grandes escritores, filósofos, pensadores, poetas y religiosos. En sus creencias, pueden percibirse vínculos con religiones orientales. Principios de filosofía Zen, de Budismo, de Cristianismo originario, incluso, aunque tal vez el mismo no lo sabía, del esencial comunismo. Era, ante todo, un humanista. Tenía fe en Dios, en la Suprema Inteligencia, en el Altísima ser de luz. Pero no es un creyente pasivo, no; previene una y otra vez sobre la responsabilidad que cada uno tiene en la construcción del propio destino y convoca a vivir lo mejor posible. El no comprende que alguien desee quitarse la vida y tampoco aquellos que se apartan de caminos ya trazados. Al estimular constantemente al lector a seguir adelante, a disfrutar de la poesía, a no holgazanear ni desperdiciar un solo momento de la vida, Mendoza parece decir: “se los digo porque lo sé” , “no lo hagan”, “no tiene sentido”. Y entonces uno como lector se pregunta ¿qué vivió el escritor que no quiere que los demás vivan? Todo parece indicar que conoció la ansiedad, el dolor, la vergüenza, la rabia. Entonces uno se llena de gratitud y de ternura hacia este ser que ofreció sus experiencias, sus lecturas y sus descubrimientos y guardó para sí mismo, con un pudor conmovedor, sus propios sufrimientos. Dejó testimonio de lo mejor de sí, pues su conciencia de estar sirviendo a una poder más grande le dio la fuerza para decir que sí se puede, que hay que lograrlo porque estamos hechos de luz, aunque la sobra también esté en nosotros.

Hay que leerlo con detenimiento. No de corrido. Poco a poco. Un texto cada día, para entablar con él una conversación que será en realidad, una conversación con nosotros mismos.

Raquel Olvera

Tacubaya, 22 de julio del año 2002.


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