textos

jueves, julio 06, 2006

 

Al comenzar el día. Miguel R. Mendoza

Al comenzar el día, es un libro que recomiendo leer al comenzar el día. Apto para realizar una maitinada, es música que Miguel R. Mendoza ejecuta para festejar al lector en el preludio de la mañana, es decir, en la alborada. Y cada uno de los textos que configuran el libro, fueron escritos, ni duda cabe, para festejar a los lectores; para estimularnos a vivir.

Seguramente escribió a temprana hora frente a su invisible prójimo. Invisible sí, y sin embargo no imaginado sino cierto. Las preocupaciones de sus textos así lo manifiestan. En propia experiencia vivió los enigmas a los que hizo frente y soportó con estoicismo para luego entregarlos íntegros a sus lectores con quienes formó la alianza del amor fraterno; como un padre que ha vivido y superado el tormento de la cotidianeidad y desea, con todo el corazón, que sus lectores no tengan que pasar por lo mismo. Con generosidad entrega su pensamientos íntegros, desnudos, diciendo esto debe ser así, esto tiene que ser así. Confianza era lo que buscaba desarrollar en sus semejantes, porque él mismo descubrió que es la fe, sólo la fe, la que protege cuando ninguna otra cosa puede hacerlo.

El señor Mendoza era cristiano, pero era sobre todo y más allá de todo, un hombre de fe. Lector atento, alimentaba su fe de conocimientos. Leyó a grandes escritores, filósofos, pensadores, poetas y religiosos. En sus creencias, pueden percibirse vínculos con religiones orientales. Principios de filosofía Zen, de Budismo, de Cristianismo originario, incluso, aunque tal vez el mismo no lo sabía, del esencial comunismo. Era, ante todo, un humanista. Tenía fe en Dios, en la Suprema Inteligencia, en el Altísima ser de luz. Pero no es un creyente pasivo, no; previene una y otra vez sobre la responsabilidad que cada uno tiene en la construcción del propio destino y convoca a vivir lo mejor posible. El no comprende que alguien desee quitarse la vida y tampoco aquellos que se apartan de caminos ya trazados. Al estimular constantemente al lector a seguir adelante, a disfrutar de la poesía, a no holgazanear ni desperdiciar un solo momento de la vida, Mendoza parece decir: “se los digo porque lo sé” , “no lo hagan”, “no tiene sentido”. Y entonces uno como lector se pregunta ¿qué vivió el escritor que no quiere que los demás vivan? Todo parece indicar que conoció la ansiedad, el dolor, la vergüenza, la rabia. Entonces uno se llena de gratitud y de ternura hacia este ser que ofreció sus experiencias, sus lecturas y sus descubrimientos y guardó para sí mismo, con un pudor conmovedor, sus propios sufrimientos. Dejó testimonio de lo mejor de sí, pues su conciencia de estar sirviendo a una poder más grande le dio la fuerza para decir que sí se puede, que hay que lograrlo porque estamos hechos de luz, aunque la sobra también esté en nosotros.

Hay que leerlo con detenimiento. No de corrido. Poco a poco. Un texto cada día, para entablar con él una conversación que será en realidad, una conversación con nosotros mismos.

Raquel Olvera

Tacubaya, 22 de julio del año 2002.


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