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viernes, agosto 26, 2005

 

Palabras para un arrullo



Las brujas tienen pesadillas terribles; a veces ni pueden conciliar el sueño. Tanto dolor guardan sus corazones, tanto rencor. La amargura las agita hasta el amanecer. Cansadas de sí mismas, preparan pócimas para exorcizar los demonios y encontrar paz, pero sus más fuertes hechizos no les sirven para conciliar el sueño. Para crear el canto que apaciguara sus bestias y las llevara por el sendero de los sueños, se necesitaría fuerza, destreza y conocimiento. Alberto Revilla despliega estas virtudes con maestría en su Canción de Cuna para Las Brujas. La elección del instrumento (Acordeón), resulta preciso por su carácter enérgico y melancólico. ¿Quién podría imaginar una bruja relajándose con una melodía escrita para flauta, laúd o mandolina? Eso hay que dejárselo a los elfos, las hadas y las niñas buenas.

Al comprender la metáfora que encarna la imagen de la bruja, (un ser humano que busca cambiar su destino y alcanzar la trascendencia o los secretos de lo suprahumano), el autor se aparta del maniqueísmo que separa el bien del mal y así logra la unidad suprema expresada con belleza, exactitud y precisión. La cadencia que fragua el acordeón en este arrullo compuesto por el maestro Revilla, trae a la imaginación los varios momentos en que el intérprete podría detener su música y alejarse de puntitas una vez logrado su objetivo. Pero la respiración de la supuesta durmiente no suena del todo sosegada así su rondó infinito y lleno de paciencia persiste hasta que, finalmente, el suave silencio que precede a la música, nos muestra que se ha logrado el objetivo.

El primer track de este disco, La Canción De La Tía, muestra la femenil elegancia de una mujer madurada lentamente que ha dejado atrás los sobresaltos de la juventud y se ha entregado al gozo de la suavidad. El círculo de la guitarra es un balcón donde asomarse dentro de su casa en una tardecilla de verano: la tía gira la llave de la alacena, un suave temblor de manos revolotea en torno de la vajilla de porcelana, huele a tarta recién horneada, (mantequilla y moras del campo), la luz sin aristas se cuela entre la organza del cortinaje mientras en la cocina la tetera silba. Y seguirá silbando, bajo las holandillas tejidas en hilo crudo de algodón, la hermosa tía encontró un boleto de cine amarillento, el recuerdo del amor la inunda: el tiempo la amará esta tarde, hasta el oscurecer. Y es posible que la tía, tenga 20 hijos o un marido regañón, de todas formas, la tarde en que suena está, melodía, revivirá su amor sereno.

en seis movimiento el primer oque sustenta el título de la melodía,

Además de la satisfacción, el reconocimiento y la notoriedad que le dará haber compuesto esta Canción de Cuna, Alberto Revilla puede estar seguro de que el gremio de las brujas, le quedará eternamente agradecido.

Raquel Olvera

Martes, 09 de Marzo de 2004


 

la paciente prisa del río

Dolores Castro

Raquel Olvera hunde los dos pies en el agua, tanto como en el fluir de la magia de la vida y la poesía. Dueña de una vez cada vez más propia y más capaz de expresar a los seres de los cuatro reinos de la naturaleza —mineral, vegetal animal y humano— en sus géneros próximos y diferencias específicas, bucea en el fondo de las imagines más íntimas, donde magia, mito, sueño realidad y poesía forman un ángulo agudísimo, con el dolor, la dicha; el recuerdo y el olvido. Desde ahí se sitúa, contempla, comprende, transforma y expresa.

Desde una fuente milenaria, una cascada, un río, nueve abluciones o nueva ríos en los que se recuerda, se olvida y se inicia una zambullida con la muerte, mientras queda borrada la línea del horizonte en un breve e intenso poema. En los siguientes palidecen las fronteras del vivir y el morir ante la fuerza del amor, el desengaño, mientras va del vivo recuerdo hacia el olvido.

Inmersa en "la paciente prisa del río" avanza. Recordar aquí es asumir: "Ahora soy una nada más intensa" pero también afrontar: la dolorosa certidumbre, la rabiosa verdad y fluir como el agua misma, en el filo del abismo, mientras afronta la distancia entre la realidad y el sueño, o los sueños.

El animal extraño escondido en la maleza nos introduce al Tercer Olvido", el olvido del desamor, y la infidelidad; a "¿Cuántas (doncellas) tendrás que desarmar/hasta que entiendas de qué están hechas?" y (...) "Ojalá que las bestias que metiste en mi pecho/ hayan sido todas las que traías adentro/ para que nunca, ninguna otra mujer,/ tenga que padecerlas."{...} y, al límite de la rabia; "Quiero tener tu nombre entre mis dientes/ para morderlo hasta sacarle sangre"

María Raquel Olvera lleva al río su sensibilidad, fluye el agua, lava, y aparecen los recuerdos en toda su intensidad, pero el río nítido cristal de aumento, le va revelando muchos secretos sobre la pasión, y la frialdad, sobre el amor y el desamor.

La gracia de lo popular se introduce en cada una de las coplas que anteceden a los olvidos: El amor es un nagual/ con diferentes empeños,/ más grandes o más pequeños/ pero jamasmente igual." con ésta se inicia un deslumbrante despertar para salir de sí contemplar la transparencia, el cielo, el amanecer, "e instalarnos en el paisaje,/ libres del corazón/ y sin escándalos de sangre."

Amor es prisión, recuerdo es prisión fortificada, sólo la magia del torrente debilita la fortaleza con los embates de su enérgica embestida, siempre igual. Estar fuera de sí es el anhelo, mientras alta mariposa/ dibuja complejas esperanzas",y ella recorre todos los reinos de la naturaleza buscando su ser.

En el siguiente olvido el torrente desemboca en el mar, el viento se detiene: "un rayo hiere mi condición de mujer /Tu cuerpo desaparece en el polvo de la oscuridad". El clímax se presenta: ¿Cómo aventurar a los abismos/ a un corazón sin ojos? y en los dos últimos versos: "Las llamas del dolor dan un color violeta/ La alegría no tiene color"

Contempla el río y su reino de la realidad en un islote, y en ese reino se puede abrir los brazos, y admitir a la tierra en el vientre y saber que "el corazón se parte con mesura/ medio segundo vivo, / medio segundo muerto. Así se empieza a romper el mal sueño, y a la fuerza del dolor le sucede la fragilidad. Como si en cualquier momento/ su frágil osamenta se pudiera quebrar. El río mágico permite que "Con aliento del agua en las espaldas/ y sol. Luego, desde el puente puede contemplarse, como "criatura / n la que ha echado sus raíces la luz" Agua y luz que arrastran la amargura.

Si las imágenes citadas antes nos permiten introducirnos a la poesía de María Raquel Olvera, imágenes de gran fuerza expresiva, de gran cúmulo de sugerencias, la simbolización que logra tiene una eficacia semejante: un altar, en é! un ramo de astromelias púrpura, al testimonio de su muerte, simbolizan todo el transcurrir del amor, su muerte, su renacer. El río en el filo del abismo, la barranca, los pasos sobre los filos del roquedal," la entrega a! olvido, y a morir todas las veces que sea necesario, para tal vez alcanzar la luz: "Entre mi espalda y la parad súbitamente/ en plena oscuridad abrí los ojos" La magia de la poesía, del conocimiento profundo, de la luz que la verdadera poesía emite, ha permitido a Raquel Olvera iluminar el espectro del amor, sumergirse en la magia del torrente vital, o del auténtico torrente del manantial de Chignahuapan, su pueblo natal, para conocer y conocerse y aun para "aumentar los mares con su llanto", llanto de plenitud tras la purificación de los olvidos, y a nosotros, mediante la lectura de este poemario, deslumbrarnos con su poesía.


martes, agosto 23, 2005

 

ESA MULTITUD QUE SOY

por María Luisa Rubio

Raquel Olvera es poeta y artista plástica. Actualmente coordina un taller de poesía, imparte clases de dibujo, cuida su jardín, su gato y su marido; ávida de hacer, ahora está experimentando con lo que llama “arte cibernético”. Conozco a Raquel hace muchos años y por tanto he visto su obra artística casi desde sus comienzos, pero nunca le había preguntado cómo llegó a ser lo que es. Así fue como me citó en su casa a mediodía y la encontré terminando una consulta, pues aunque no es doctora ni sicóloga, tiene muchos años estudiando el I Ching y no es poco frecuente que la gente se acerque a preguntarle del libro o de su propio destino y luego se quede atrapado en su luz (la de Raquel). La entrevista, pues, empezó con el pié derecho porque tuve oportunidad de saber cómo ve la gente a Raquel Olvera, antes de preguntarle a ella misma. Georgina, reportera de El Universal Radio, dice que hace tiempo que entendió que Raquel es una proveedora: de paz espiritual, de buena ventura; que quien llega a platicar con ella no quiere irse nunca, que en su compañía el tiempo corre de distinta manera. Gerardo, reportero de viajes, se sentó animadísimo a comer un tempranero molito de olla que estaba recién cocido y su rostro expresaba una gama de sentimientos: tranquilidad y asombro, creo, los más claros.

Raquel Olvera nació en Chignahuapan, pueblo enclavado en la sierra norte de Puebla, en el seno de una familia unida y amorosa. Es una de las hermanas menores y me platica que la costumbre de llamar a las cosas por su nombre es familiar. Las educó su hermana Paty, que también escribe y que desde muy chica le recomendó abrir su mente y su corazón para entender las cosas más allá de sí misma, entenderlas como son “y no como yo creía que eran”. Su mamá, mujer muy fuerte y trabajadora, proveyó el hogar desde la máquina de coser; sus pocas palabras, dice Raquel, su integridad y la consecuencia con sus actos, la influyeron fuertemente. Doña Lupita está llena de dichos populares que son premisas de vida y Raquel los tiene en la punta de la lengua, por ejemplo: “Obras son amores y no buenas razones”, también “ve a sacar sangre de una piedra”, un poco como no pedirle peras al olmo, pero “sacarle sangre a una piedra es muy expresivo”. Así aprendió a ser justa con las cosas.

Con voz reposada y firme, me cuenta la importancia de familiar en su formación lingüística: su hermana Paty le enseñó que la entonación de las palabras también les da significación: “Tú puedes pedir algo ‘por favor’ pronunciando la palabra, pero si lo haces de forma brusca le cambias el sentido, en realidad ese “por favor” adquiere un carácter imperativo”. Así aprendió las sutilezas del lenguaje. Su hermana mayor la inició en las propiedades de cada hierba en la cocina y cómo cada sabor entraba en convivencia con otros sabores; eso le enseñó también cómo se juntan las palabras. Maru, la hermana que canta, le ayudó a ver la importancia de lo que se decía en las canciones y no nada más de la música.

El acercamiento de Raquel Olvera a la literatura formal fue más bien tardío: “En la casa leíamos Selecciones y muchísimo comic”. Fue cuando sus hermanas se fueron a estudiar a otras ciudades que los amigos llevaban libros y los dejaban “o me los regalaban porque se daban cuenta de que me gustaba leer”. El primero libro que recuerda fue Cuentos escogidos de Antón Chejov, que le gustó y la hizo desear ser hombre para ser vagabundo, “porque ahí todas las historias son de hombres”. Leyó el obligadísimo Corazón, diario de un niño; el Diario de Ana Frank, Torbellino de sombras. Como a los dieciocho años y ya en Puebla, tuvo un tutor literario que la acercó a la novela: “entonces leí a Faulkner, Dostoievski, Steinbeck, Hemingway; por esa época tuve un novio extranjero que me empezó a dar a conocer, cuando ya estudiaba pintura, a Egon Schiele, Gustave Klimt, a un grabador extraordinario como Felician Rops

Le pregunto si siempre quiso ser artista y me cuenta que, como todos los niños pequeños, alguna vez quiso ser doctora o maestra y que en realidad su primera vocación artística fue la de bailarina. Pero más que una expresión hacia fuera –leyó la vida de Isadora Duncan y pensó “que una bailarina no debía tener un espejo enfrente, sino adentro”‑ Raquel siempre ha buscado una interior y aunque siempre concursó dibujando y pintando, no sabía que era escritora: “Así como uno no sabes lo que respiras hasta que no puedes respirar, yo no me daba cuenta que escribía aunque siempre tenía junto a mí libreta y pluma.” Platica que quería ser como Diego Rivera, pintora, aún sin conocer su obra.

“Alguna vez cruzó por mi pensamiento, dice, ser agrónoma o fisióloga: me fascinaba la vida de los seres. Pero siempre tuve bastante fascinación por la factura, por hacer cosas con las manos”. Su paso por una imprenta, en la que trabajó ya viviendo en la ciudad de México le dejó el gusto por el trabajo editorial que es otra veta artística de Raquel. Curiosamente, su acercamiento a la poesía fue más bien tardío. Me platica que le daba flojera leer poesía “porque sentía que se acababa muy rápido la línea; no le sentía continuidad, porque no sabía leer poesía”, fue hasta que terminó su carrera de grabado que empezó a leer poesía, aunque ya escribía desde antes.

El paisaje de su pueblo marcó de manera importante sus aficiones, pues la visión de las montañas como marco del atardecer, dice, “te obligaban a ver el cielo y el ocaso”. La casa donde se crió está enclavada a las orillas del pueblo, alto en la montaña, con el pueblo a sus pies. Enfrente había un terreno triangular, “como un diamante de béisbol”, donde se juntaban los ríos en tiempos de lluvia y entonces jugaba con sus hermanos “a arremedar el mar y a ser los corsarios”. Raquel quería pintar las montañas y pensó que no se podían plasmar en una pintura los colores del atardecer hasta conocer las pinturas de José María Velasco: “vi que sí se puede, que fui yo la que no pudo”. En realidad lo que ella siempre quiso representar es lo que se sentía, lo que suscitaban en el observador aquellas entrantes y salientes de las nubes, de colores. “Mi alma es abstracta”, reflexiona.

Otra parte del mundo rural que la impresionó fueron los viajes que hacía a la montaña con sus nanas, que la llevaban consigo los días de descanso: “nunca me expliqué por qué llevaban trabajo a sus casas”, comenta divertida. Caminaban cuatro o cinco horas monte adentro y veían fenómenos “como el hielo que camina sobre el agua congelada, sobre el pasto o el musgo”. Recuerda los olores, elemento muy presente en la poética de Raquel, y “el silencio, que no es tal sino que está poblado de ruidos de vida, de diferentes dimensiones”. Las caminatas por el monte, dice, le permitía un estado de conciencia muy alerta; en realidad siempre ha sido cosa suya observar. Esas cosas que observas, dice, que escuchas, las registras en tu memoria.

En su deambular por las ciudades, pues ha vivido en Puebla, Jalapa y la ciudad de México, ha jugado un papel importante, cuenta Raquel, la convivencia con otros seres humanos. En Jalapa tuvo un amigo pintor que murió pocos años después: “formó buena parte de mi espíritu, influyó mucho en mi manera de ver las cosas”. En 1988 llegó Raquel a la ciudad de México y nos conocimos en la euforia cardenista. Platica que el hecho de poder recurrir a una persona dentro del territorio de la ciudad, “que para mí era una monstruosidad; donde no estaba doña Bertita al lado, ni el tío Juan ni el tío Manuel ni don Jacobito el de la tienda, nadie que yo conociera, fue una base: vivir en tu casa y tener mi taller, tener un trabajo”. Terminó la carrera de grabadora en “La Esmeralda”, aunque no ha logrado el título y creo que a estas alturas ya no le interesa.

La primera obra pictórica de Raquel tenía mucho de denuncia, incluso les clausuraron una exposición colectiva en Puebla, “Las vírgenes desnudas”. El papel femenino era muy importante, pues la convivencia familiar fue básicamente entre las hermanas: “todo el tiempo estuve rodeado de cuerpos femeninos y era natural que los sufrimientos de la mujer fueran los únicos que existían para mí, porque siempre escuché hablar mujeres”. Fue hasta la prepa donde tuvo amigos varones que empezó, dice, a conocer el espíritu masculino y lo comprendió totalmente cuando se casó, a los 31 años: “nos fundimos de tal manera mi esposo y yo que empecé a comprender lo que era ser un hombre”. Roberto, su esposo, le recomendó la lectura de Viernes o los limbos del pacífico, que fue el libro que le inspiró la carpeta de grabados que presentó como tesis de licenciatura en “La Esmeralda” y que le ayudó a visualizar la gama que existe entre el negro y el blanco: “Ahí se me abrió otra perspectiva de visualizar al ser humano ya no como hombre O mujer, sino hombre Y mujer”.

El I Ching y el pensamiento oriental han sido muy importantes en la vida de Raquel; me cuenta que su amigo Iseo Noyola la ha ayudado a comprender esa complejidad, la integridad de lo negro y lo blanco, su complementariedad. ¿Cómo se refleja eso en su obra? “Con el tiempo me he dado cuenta de que todo es expresión de ti y si tienes muchas expresiones es que eres varias; hace tiempo estuve trabajando Esa multitud que soy, un libro que luego se convirtió en Cuatrocientas mentiras”.

Tiene que ver, me platica, con lo que Roberto Ramos (otro amigo de Raquel, poeta también) llama el coloquio que trae uno adentro; que no es una voz interior, sino varias. “A lo mejor hay quien tenga una sola voz; yo tengo varias voces interiores y buscan expresarse en diferentes momentos y de diversas maneras: en el jardín, en la cocina, en la escritura y en el dibujo, incluso a veces en el diseño, en la computación”. Tiene mucho que decir, afirma, y lo que hizo el I Ching fue integrar todas esas voces y darles su espacio. “Cuando entiendes que todo está cambiando y al mismo tiempo que hay un fondo que no cambia puedes aceptarte como eres. Por ejemplo, el dolor no dura para siempre, por muy intenso que sea se va a acabar, igual que la alegría, se van y luego regresan, como los ciclos de la naturaleza.”

Raquel ha resignificado su aparente dispersión; su estudio del I Ching la ha llevado a entender que estamos en constante movimiento y que hay momentos en que puede sentarse a pintar o a grabar todos los días durante ocho horas y otros en los que no. Ha aceptado que tiene gérmenes de muchas cosas y los que no nacen alimentan a los que sí se realizan. “Lo que es constante es el ir y venir, como una tejedora que tira varios hilos guía, lo que sería la trama; mis directrices son la pintura, el grabado, la poesía, el jardín, la cocina, la composición. Luego trabajo la urdimbre, el tejido que va y viene, entonces sé que no soy constante en una sola cosa, pero soy constante en todas. No lo terminas todo de un jalón, pero en la siguiente vuelta lo vas a terminar”.

Raquel comenzó a trabajar en su jardín porque uno de los personajes de su novela es un jardinero. Piensa que la experiencia y la reflexión son parte del acto, que están juntas y hay momentos para uno y para el otro. “Hay un momento en particular en mi vida, cuando me vi en la encrucijada entre amargarme o no, que recurrí al poema en concreto para atravesar esta prueba y modifiqué mi poética y mi poética me modificó; somos la misma cosa.” Juega con la metáfora de su obra como el hilo de Ariadna: “fue un lazo que me ayudó a salir de un laberinto para meterme en otro” y se vuelve a reir. “La experiencia y la reflexión tienen un ritmo, como la poesía y la estética, que fluye y refluye: hay momentos en que reflexionas y esa información te sirve para tomar tus decisiones”.

Un elemento importante en la vida de Raquel Olvera y por lo tanto en su obra, es su relación con lo sagrado. Me cuenta que su infancia fue católica, y luego se hizo comunista y atea: “En ese tiempo sentí que me faltaba un pié; no podía hacerme una idea completa del mundo sin la imagen de dios”. Su idea de dios se fue modificando a través de experiencias visuales; un espejo dentro de una pesera le reveló, primero, la idea de un dios que nos inventamos para no vernos solos, de dios como un reflejo. Luego, viendo un documental sobre hormigas, La crónica Helstrom, dice, “sentí como que la virgen me hablaba” llegó a la imagen de dios, como el espíritu de toda la humanidad, su representación; ese fue el siguiente nivel en la concepción de dios. Otra experiencia le regaló el concepto de que la inteligencia es una y la materia es diversa: dios no es solamente humano sino una forma que se hace visible en la materia, de diferentes maneras. “Lo único que tiene un vegetal es crecer hacia la luz, así que esa es su inteligencia. Una piedra crece como los cristales o simplemente está. Cada quien con sus capacidades físicas, con las diferentes formas de materia. (...). Lo seguiré viendo desde otras perspectivas y me seguirá asombrando así como me ha asombrado incluso la no existencia de Dios: Dios no puede existir, porque el verbo no es existir, la materia existe pero dios es demasiado complejo para existir, está más allá de ese verbo, es un verbo que no hemos inventado”.

Ya estamos las dos muy cansadas y aunque todavía hay mucha tela de donde cortar, le pregunto a Raquel: “¿Crees que el arte nos conecta con lo sagrado, que nos llevará a trascender lo material?” Su respuesta es muy suya: “Tal vez porque es mi profesión lo siento de esa manera; tal vez diría lo mismo si fuera jardinera, que las flores nos van a hacer trascender o si fuera física o química o política. No lo sé, no sé si es porque soy poeta que digo que la poesía nos va a ayudar a trascender, pero por lo menos quiero poner mi grano de arena y quiero pensar que así es y que ojalá los panaderos piensen lo mismo”.


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